Ucrania – Rusia: una guerra en el marco de una triple transición

Foto: TELAM

 

Por Amílcar Salas Oroño*

 

Si bien un conflicto como el actual puede ser analizado desde diversos puntos de vista, y al margen de las situaciones inmediatas que toda guerra expone en su brutalidad y barbarie (y que merece no sólo una condena sino todos los esfuerzos conscientes para su inmediato término), hay tres tendencias en desarrollo de mediano y largo plazo sobre las cuales los hechos actuales se inscriben. 

Por un lado, una estructural modificación de la geopolítica mundial, certificada con la reciente “amistad sin límites” sellada por Rusia y China, que da por concluido aquel período iniciado con el fin de la guerra fría de 1989/1991. No es tan solo un nuevo estadío para dichas potencias, o para países euroasiáticos más cercanos a la alianza, también será un contexto clave para las formas y las direcciones de la “inserción internacional” de los países periféricos como el nuestro. 

En segundo lugar, las metamorfosis (crisis) del modelo de producción capitalista global, donde cada vez más se destacan nuevas formas de intercambio, circuitos financieros, otras modalidades de acumulación; al respecto, el sucesivo desmembramiento de los G8, G20, etc. mostró claramente las asimetrías rítmicas del desarrollo económico mundial. En el medio, y precisamente como símbolo de estos cambios, el lugar anárquico, fragmentado -Brexit mediante- y subalterno que le ha correspondido a Europa en esta nueva etapa. Un lugar que, dicho sea de paso, se proyecta en cierta falta de preparación que han mostrado algunos de sus autorizados voceros durante estas últimas semanas de negociación diplomática pre-invasión. 

Finalmente, en tercer lugar, una circunstancia ideológica que viene exaltada desde el comienzo de la pandemia: una fascistización política de nuevo tipo, fuertemente estimulada: a) por el quiebre del sentido de comunidad – internacional, regional, nacional o local– durante el bienio 2020 y 2021, empujado también por las competencias sanitarias entre los Estados y b) el avance cultural de los autoproclamados libertarios en todo el mundo, esa negación del ciudadano en términos de obligaciones para con el conjunto de la sociedad – sin tener que buscar ninguna validación racional para sus afirmaciones. Un tipo de enfoque sobre los asuntos comunes de una sociedad que puede llegar a tomar un impulso aún más peligroso si se combina con aquello que se pone al orden del día en todo conflicto bélico: el uso de la violencia. Toda confrontación como la actual alimenta los peores ejemplos y argumentos. De no detenerse prontamente la barbarie de la guerra es bastante probable que esa fascistización en curso renueve su impulso incorporando el uso de la violencia como posibilidad.

 

El sistema internacional, sus principios y la respuesta latinoamericana

Las tres tendencias mencionadas enmarcan lo que está sucediendo ahora en Ucrania y continuarán como tendencias en el futuro mediato; la dirección definitiva de cada una y dónde se estacionarán se verá más adelante y dependerá también del tiempo que dure este conflicto; cuanto más dure, más incierto el panorama y mayores chances de que aparezcan peores desdoblamientos de esas trayectorias. Al mismo tiempo, hay un corto plazo con sus lógicas, coyunturas puntuales. V. Putin aprovechó la debilidad de la OTAN post Afganistán, el clima interno de EEUU y la imagen de J. Biden, las distancias de acción entre EEUU y la Unión Europea, el giro trascendente del acuerdo con China, entre otros hechos, más sus argumentos de la propia seguridad rusa y la expansión hacia el este de la OTAN. Del otro lado, para los “globalistas” (sobre todo EEUU) reforzar el rol de Ucrania como Estado tapón era (es) tarea decisiva en estos tiempos de reacomodamientos, sobre todo por la importancia que adquiere la región de frontera entre Asia Central y Europa hoy en día. Y así, lo que en un principio parecía inaudito que estuviera sucediendo, esto es, que el mundo se pusiera de frente ante una guerra de derivaciones potenciales muy peligrosas, como no pasaba desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, ha sucedido.

Que el mundo se pusiera de frente ante una guerra de derivaciones potenciales muy peligrosas, como no pasaba desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, ha sucedido.

Los países latinoamericanos tienen, en esta coyuntura, quizás un propio rol a cumplir: al mismo tiempo que insistir en la importancia del cese inmediato de la confrontación, estimulando la importancia de reestablecer espacios comunes de diálogo y coordinación (incluso nuevos, si es que los ámbitos autorizados ya no tienen la convocatoria de antes), deben también reconstruir lo más rápido posible sus propias instancias de agregación y/o integración entre si. La multipolaridad venidera, esa que se está diseñando entre el debilitamiento del dólar, la consolidación de China, las nuevas zonas geopolíticas relevantes y, ahora, el horror de las explosiones en Ucrania, no va entregarles un protagonismo con voz y voto de forma natural, por simple existencia; tendrá que buscarlo como parte de un proyecto en cierta medida común. Y tiene condiciones para hacerlo, y para poder presentar internacionalmente definiciones sobre los diseños institucionales futuro. Si bien es cierto que viene de unos últimos años de fuerte dispersión y frustración al respecto, también es verdad que durante los últimos 35 años ha mostrado capacidad para generar espacios de entendimiento y creación institucional supranacional. Porque algo está claro: se vuelve urgente contribuir en la reformulación de un sistema internacional legítimo y legitimado para actuar en circunstancias como las actuales.

 

*Doctor en Ciencias Sociales, Politólogo y Profesor adjunto de Política Exterior Argentina en Ciencia Política, carrera de la Facultad de Humanidades en la Universidad Nacional de Mar del Plata.

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