“Llevo siempre conmigo una cruz con las islas perforadas que me regaló mi hijo, tengo todo con Malvinas”
“Llevo siempre conmigo una cruz con las islas Malvinas perforadas que me regaló mi hijo porque fue parte de mi gran dolor y mi gran alegría, tengo todo con Malvinas” así comienza Chambita a revolver en el cajón de la memoria.
María Dolores Iribarne tiene 89 años y todos la conocen por “Chambita”. Es la madre de Mariano Garbini, actual referente del Centro de Ex Soldados Combatientes de Malvinas, y su vida estuvo signada por la guerra.
Los sucesos ocurridos en 1982 marcaron un antes y un después en la historia Argentina, más aún en las vidas de aquellos jóvenes que, sin preparación ni recursos, fueron arrastrados a una guerra sangrienta.
Chambita reconstruye sus recuerdos mientras va hablando. Cuenta que uno de los momentos más difíciles fue “el día que llevamos a mi hijo con mi esposo, era un atardecer muy lindo. En la mitad del camino de entrada con todos los árboles se dio vuelta y nos saludó con la mano, ahí se me estrujó el corazón, se iba a una guerra“.
“La pasamos como pudimos, rezando y teniendo mucha fe en que mi hijo iba a volver”. Así es como el dolor de una madre que ve partir a su hijo se contrapone a la esperanza de verlo con vida nuevamente. Los días y las noches parecían durar el doble, el triple, Chambita no pensaba en otra cosa que en comprobar que Mariano siguiera con vida, lo quería escuchar, ver y abrazar.
El segundo momento más difícil de los “setenta y pico de días”, Chambita lo recuerda con la fecha y hora exactas. “El 12 de mayo a las 12 de la noche, noche de tormenta, tocan el timbre de mi casa y me dicen que había correo de Malvinas. Me podría haber muerto de un síncope pero no, era un telegrama de los chicos, hasta que lo abrí pasaron diez segundos. Decía estoy bien, cariños Mariano” cuenta la mujer y suspira, como si estuviese reviviendo ese momento.
Un tiempo después tuvo la “suerte de poder hablar con Mariano. Una compañera de trabajo me dijo Chambita tenés que venir a mi casa mañana, no me acuerdo la hora pero vivía cerca. Atiendo el teléfono y escucho la voz de mi hijo que me dice “mamá” y la tranquilidad le invadió el cuerpo. Yo pensaba, está rodeado de los jefes, no me va a decir que tiene hambre o que le duele algo, es imposible. Hablamos un minuto pero yo escuché la voz de mi hijo” recuerda.
Las experiencias traumáticas vividas por esos jóvenes que fueron a la guerra no se comparaban con nada y María Dolores Iribarne lo sabía: “Después volví a mi casa que estaba a tres cuadras. Yo venía tranquila caminando y mi hijo tenía que atravesar del comando hasta el búnker, lo único que pensaba era que no le pase nada“.
El reencuentro con Mariano redondea el tercer momento difícil de Chambita. Ella sabía que su hijo era uno de los afortunados, “cuando llegó acá por la noche lo abracé y lo único que atiné a decir fue gracias Jesús conmigo estás hecho, mándame lo que quieras que yo lo sabré aceptar, lo vi entero a mi hijo“.
“Después de la guerra traté de apoyar a mi hijo, nunca le pregunté nada. Lo que sé, es lo que él me quiso contar, porque si empezaba a recordar a lo mejor no le hacía bien. Lo único que quería era que los chicos que llegaran estuvieran bien y cada vez que se suicidaba un excombatiente era como si me sacaran un pedazo de vida y hubo muchos, eh”.
María Dolores Iribarne “sigue como siempre”. Ahora está jubilada, ya no trabaja de inspectora de escuelas, pero recuerda Malvinas como si hubiese sido ayer, “sigo viviendo y mi único afán es acompañar a mi hijo“.
“Las Islas Malvinas nos corresponden y no tienen por qué estar en manos de otras personas. Para mí Malvinas es como el piso de mi departamento, yo amo este país y si lo queremos, tenemos que tenerlo entero. Las islas Malvinas son un pedazo que nos falta, son nuestras”. Así describe su opinión sobre una herida que seguirá abierta hasta no recuperar las islas.
Pasaron 40 años de aquella guerra pero el recuerdo seguirá vivo en la memoria de todos, de aquellas madres que rezaban noche a noche por reencontrarse con sus hijos, de aquellos padres que lloraban en silencio cuando nadie los veía, de aquellos chicos que volvieron y en homenaje a todos los que no lo hicieron.