La Estancia Santa Rosa: “La pequeña Polonia”

Jóvenes polacas en la Estancia Santa Rosa, Guanajuato, León. México. (Foto: Embajada de México en Polonia).

 

Por Darío A. Galván*

Con motivo del comienzo del Mundial de Fútbol y del enfrentamiento que tendrán Polonia y México el 22 de noviembre por el grupo C, recordamos cuando el pueblo azteca recibió como refugiados a miles de polacos, sobre todo mujeres y niños, que escapaban de la Segunda Guerra Mundial y los campos de trabajos forzados en Siberia por parte de la Unión Soviética.

Es inevitable en el sentir de las naciones mezclar los sucesos políticos e históricos con el deporte. Cuando se da la organización de eventos tan trascendentales como el mundial de fútbol, solemos los hinchas de un deporte que mueve pasiones, conectar ese sentimiento con la patria. Es un poco como se fue creando este bendito deporte, por  el cual, en muchas ocasiones hacemos lo imposible por brindarnos al máximo como simpatizantes y dejarlo todo.

Suspender encuentros con amigos, faltar al trabajo, pedir que decreten feriado nacional cuando hay un partido con tal de seguir a tu selección. Ni hablar de soñar con que tu equipo levante la copa, es en muchas ocasiones poner ese logro a la par de cualquier batalla, suceso histórico o patriótico ganado. ¡Patria o muerte! ¡Vencer o morir, pero con dignidad! Se escucha de fondo en el bar donde se sigue el cotejo ante la vista de todos. Un campeonato mundial puede estar a la altura de la declaración de la independencia o la constitución de un país, y un futbolista se puede volver prócer de la patria si convierte el gol en la final que le da la gloria por alcanzar el bendito trofeo.

Cuando está por empezar el partido cantamos el himno, nos inflamos el pecho, nos ponemos a llorar e izamos nuestra bandera como si fuera la batalla más importante de nuestra existencia. Sí, eso hacemos y tal vez mucho más.  Por eso, en la historia de los mundiales hay partidos que tienen un grado y carga de emotividad que traspasa lo futbolístico, es algo más que ver a 22 personas pateando una pelota e intentando derrotar al otro en un juego. Es unir ese sentido de pertenencia que tiene lo nacional y que en algún punto nos comulga en una misma causa, en un mismo sentir.

Y hay partidos que generan más sentimientos de estas características que otros. Cuando Argentina enfrentó en cuartos de final del mundial de fútbol de México en 1986 a Inglaterra no fue un partido más para ambos simpatizantes de estas selecciones. Más allá de las aspiraciones de ganar la copa, ese partido tenía una carga emotiva muy importante, porque Argentina jugaba contra Inglaterra en un mundial después de haber pasado cuatro años en que las dos naciones se enfrentarán en la Guerra por Malvinas y, por lo tanto, tenía un plus extra que se  vinculaba con lo político, con la historia y con el dolor que aún anidaba en las sensaciones de los presentes en ese cotejo. ¿O qué pasaría por las mentalidades y los sentimientos de los alemanes cuando se enfrentaron entre sí en el Mundial de Fútbol de 1974? Alemania Occidental organizadora del certamen, favorita y finalmente campeona de la competición y la Alemania Democrática que estaba bajo los lineamientos de la Unión Soviética. ¿Qué sintieron esos ciudadanos separados por muros? Aquellos, que tenían más en común que las divisiones políticas impuestas después de finalizar la Segunda Guerra Mundial y el Tratado de Versalles: ¿Pudieron tener un sentimiento de ganar y gritar desaforados por vencer a su rival deportivo? ¿Lo consideraban como un adversario a vencer? El partido lo ganó la selección más débil, la Alemania Democrática, por 1 a 0, pero eso es una anécdota.  Cosas que tiene la historia y el fútbol.

En este campeonato mundial que se disputará en Qatar hay un partido que también genera para algunas personas ese sentimiento atravesado por la historia, el dolor, la esperanza y se dará en el grupo de Argentina. La selección nacional se enfrentará en primera instancia con Arabia Saudita, Polonia y México. Justamente, estas dos últimas naciones comparten una historia en común…una historia de desarraigo, de bombas, de barcos, muertes, campos de trabajos forzosos, exilio, guerra, paz e ilusión y esperanza por un nuevo resurgir que en las siguientes líneas pasaremos a contar.

Esta historia nos sitúa en el 1 de septiembre de 1939, inicio de la Segunda Guerra Mundial, la guerra de mayores muertes (alrededor de cincuenta millones de personas fallecieron), cinismo, crueldad y horror. Ese día Alemania invade Polonia y con este suceso se da comienzo al conflicto bélico más grande y sangriento de toda la humanidad. Previamente a esa fecha, en agosto de ese mismo año, se lleva a cabo el Pacto Molotov-Ribbentrop o más conocido como pacto de no agresión entre la Unión Soviética y la Alemania Nazi. El acuerdo de conveniencia entre Hitler y Stalin prometía no agredirse entre las dos potencias por diez años, así como la cooperación económica y la expansión territorial de ambos.

El ministro nazi de Relaciones Exteriores, Joachim von Ribbentrop (izquierda), el líder soviético Joseph Stalin (centro) y el ministro soviético de Relaciones Exteriores, Viacheslav Molotov (derecha), en la firma del pacto de no agresión entre Alemania y la Unión Soviética. Moscú, Unión Soviética, agosto de 1939.
Wide World Photo

Las dos potencias invaden Polonia y el 29 de septiembre se reparten el territorio polaco dividido por el largo río Bug donde los soviéticos se quedaron con la parte oriental. El Partido Comunista implantó sus leyes políticas y económicas: colectivizaciones masivas, eliminaron los partidos y asociaciones públicas, y los ciudadanos pasaron a ser soviéticos. Se estima que la policía secreta soviética deportó a 1.200.000 polacos a campos de trabajos forzosos entre 1939 y 1941 por considerarlos enemigos de la patria y del comunismo. Este escenario duró hasta 1941 cuando la Alemania Nazi traiciona el pacto de no agresión y le declara la guerra a la Unión Soviética invadiendo territorios y anexándose, entre otros, lo que quedaba de Polonia que estaba en manos del ejército rojo.

En este corto período en el que Polonia estuvo bajo los designios del comunismo soviético parte de la población polaca fue enviada a los campos de trabajo forzosos denominados “gulag”, algunos se situaban en ese territorio y otros en lugares extremos como Siberia. Para terminar en este sistema penitenciario bastaba con ser de una minoría nacional local, estar en contra del partido comunista o de su líder, Stalin. Al mismo tiempo, al régimen soviético le servía dicho sistema para obtener mano de obra importante en pos de su crecimiento económico y estos campos de trabajos existieron en la Unión Soviética hasta la muerte de Josep Stalin en 1953.

¿Pero cómo fue la vida del pueblo polaco en los campos de trabajo de la Unión Soviética? Después de tomar la parte este de Polonia, el ejército rojo entró a la fuerza en los hogares, les pedían que tomaran lo que tenían a mano como ropa, comida y documentos y los deportaban a su nuevo destino. Caminaban kilómetros hasta la estación de tren, cansados los subían en vagones de carga como si fueran ganado y viajaban por varios días hasta llegar a su nuevo destino. Así, el régimen soviético envió por tandas al pueblo polaco a Siberia, Uzbekistán y Kazajstán.

Uno de los sobrevivientes de los campos forzados en esos años fue Francisco Slusarz, quien muchos años después vivió en Argentina y le contó a Telam, las circunstancias que sufrieron él y su pueblo en esos años. Relató el frío extremo que vivió en esos territorios tan duros para las personas (las temperaturas llegaban a 40° bajo cero), las tareas arduas a las que fueron sometidos como trabajar en las minas, carreteras, en las vías del ferrocarril o los campos de cultivo. Y, además, las condiciones que tuvieron que atravesar como el hambre, las enfermedades, las condiciones insufribles del clima y el desalojo de sus tierras siendo estas circunstancias las que hicieron que no todos resistieran.

Las manos gastadas por el trabajo esclavo, las costillas sobresaliendo de la piel carcomida por el frío, el hambre y la desnutrición, y esa mirada errante y sin futuro por no saber si mañana el mejor plan tal vez…tal vez sea morir.

“Tampoco había asistencia médica y si sospechaban que alguien padecía una enfermedad contagiosa, se lo separaba del grupo y el destino era incierto o más bien la muerte, porque los abandonaban en ese desierto helado“, le contó Slusarz a Télam.

Ese horror que describe Francisco Slursarz, quien fuera presidente de la asociación de ex combatientes polacos en Argentina, duró hasta que Hitler le declara la guerra a la Unión Soviética en 1941. Muchos como él, que eran soldados del ejército polaco antes de la invasión alemana primero y soviética después, fueron trasladados a Medio Oriente utilizados como parte del segundo cuerpo del ejército polaco que se unió a las filas de los aliados para combatir a los alemanes en la guerra. El destino de la población restante será producto de la intervención política del Reino Unido, Estados Unidos y México.

Cuando la Unión Soviética pasó a formar parte del ejército de los aliados para enfrentar a la Alemania Nazi, uno de los pedidos que le hicieron las otras potencias fue la liberación de la población polaca que estaba en los campos de trabajos forzados. Eran pocos los países que querían aceptarlos como refugiados, salvo algunos países de Asia, África y el impensado México. Este último, quien siempre había sido restrictivo a recibir refugiados, cambio su política en los años de la guerra y tras la negociación que comenzó en el otoño de 1942 por encargados navales ingleses que habían intervenido en el pedido, aceptó el ofrecimiento. Más tarde, el primer ministro polaco Wladislaw Sikorski llegó en una visita oficial a México el 28 de diciembre de 1942, siendo recibido por el país azteca con todos los honores para tramitar cinco mil visas para ciudadanos polacos con la condición que los refugiados vivieran en una estancia elegida por el gobierno mexicano, con el aval de las demás potencias, el tiempo que durara la guerra y, una vez finalizada esta, volverían a su patria. La única condición del acuerdo era que Polonia debía hacerse cargo del traslado de la población desde los campos de trabajo de la fría y lejana Siberia.

Enrique Díaz / Archivo Gral. de la Nación (México)
Durante su visita a México, Sikorski con un sombrero charro.

Pero a un pueblo destruido por la guerra y las invasiones, tanto de Alemania y la URSS, le resultaba difícil costear semejante traslado. Aquí aparece Estados Unidos, que si bien no ofreció su nación para dar asilo a los miles de habitantes que habían sufrido todo tipo de vejaciones y atropellos, sí aportó una módica suma de 3 millones de dólares para cubrir el trasporte y los gastos del primer año en la estancia.  El 5 de abril de 1943 se reunieron el nuevo representante de Polonia, Wladyslaw Neuman; el embajador de Estados Unidos George S. Messersmith; el embajador inglés Charles Harold Bateman y el Subsecretario de Relaciones Exteriores de México, Jaime Torres Bodet, quienes fueron los encargados de nombrar un comité encargado para encontrar el lugar adecuado para los refugiados, la elección fue la Hacienda de Santa Rosa, en Guanajuato a 10 km. de la ciudad de León.

La hacienda de Santa Rosa estaba ubicada a las afueras de León, en el estado de Guanajuato. (Foto: Embajada de México en Polonia)

En el primer viaje en barco se trasladaron alrededor de 700 personas, lo hicieron en el buque Hermitage y llegaron el 1 de julio de 1943. Tras realizar distintas paradas técnicas en Australia y Nueva Zelanda, el barco llegó al puerto de San Pedro, al sur de Los Ángeles. De ahí, se movilizaron en tren a la frontera entre El Paso y Ciudad Juárez, en México, hasta llegar a León en Guanajuato. El segundo viaje se realizó el 2 de noviembre de 1943 con el que se completó finalmente un total de 1453 refugiados que atravesaron todo tipo de obstáculos buscando un poco de paz, calma, esperanza y un renacer que parecía nublado por la guerra, el hambre, las enfermedades, el dolor y la muerte. La población de Santa Rosa estaba compuesta en su mayoría por mujeres y niños, alrededor de 900 estaban integrados en familia con uno o los dos padres, 193 estaban solos, 30 tenían algún pariente que los acompañaba y 236 eran niños huérfanos.

                                        Exilio

                                           La ciudad donde nací

                                           ya no existe

                                           pero seguirás encontrándola

 

                                           en los mapas de la Europa del Este

                                           Exiliada de la realidad temporal

                                           de varios siglos

                                           no es más que un montón de muros

                                           y fachadas sin alma

 

                                           Hoy, sus habitantes no son conscientes

                                           de la carga de imágenes que contemplan sus ojos

                                           sin admiración sin horror

                                           Para ellos la ciudad no hizo

                                           sino cambiar de piel

 

                                           Sus míticos leones ya no cuidan la memoria

                                           de muchos pueblos e idiomas

                                           Aún les sangra la espalda

                                           bajo el látigo del Domador

 

                                           La casa de la que me arrancaron

                                           sigue viva– según me cuentan

                                        visitada fielmente por sus muertos.

Krystyna Rodowska. Poeta Polaca.

Al llegar a León, la ciudad se vistió de fiesta para recibir a un pueblo con rostros de dolor, de ese dolor que solo la guerra puede mostrar. Pero más allá de todo ese sufrimiento, el calor de México y, sobretodo el de su gente, pudo, aunque sea por unos instantes, encender la ilusión de que otro destino era posible para el pueblo polaco. Un destino de alegría por la vida, de volver a empezar más allá de estar a más de 10 mil kilómetros de su lugar natal. Con mariachis, flores y dulces para los niños, los mexicanos recibieron a sus refugiados… esos que nadie quería… esos que nadie le daba una segunda oportunidad y, sin embargo, ahora estaban en las tierras de los dioses del Sol.

Cerca de 1.500 polacos vivieron refugiados en México hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. (Foto: Embajada de México en Polonia).

La vida en la estancia tenía sus limitaciones, pues los refugiados tenían prohibido salir de ella, aunque con el correr de los meses las restricciones se fueron ablandando. En “la pequeña Polonia”, tenían que producir sus propios alimentos, tener su propia escuela e, incluso, practicar oficios como electricista, plomeros o zapateros.

“Fueron años maravillosos. Como niña que era, para mí era todo alegría. Vivía con mis abuelitos, no me faltaba de nada, tenía colegio, teníamos que comer… hasta funciones de teatro. Yo era muy feliz allí”, le recordó Valentina Grycuk a la BBC, una de las pocas refugiadas que al finalizar la guerra se casó con un mexicano que realizaba trabajos en la estancia donde se conocieron.

Santa Rosa, ese lugar que volvió a llenar de vida a niños y mujeres que escapaban de la Segunda Guerra Mundial fue cerrado definitivamente un 31 de diciembre de 1946, aunque ya casi dos años antes, el gobierno mexicano les había otorgado el beneficio a los refugiados polacos de poder obtener permisos para vivir fuera de la residencia. Al finalizar la guerra, para la mayoría, Polonia no era una opción, ya que había quedado bajo los dominios del ejército de la Unión Soviética que creó la República Popular de Polonia hasta los años ochenta, por lo tanto, decidieron irse a Estados Unidos o Canadá. Sólo 87 personas regresaron a su lugar de origen y se los conocía como “los mexicanitos”, mientras que muy pocas mujeres decidieron quedarse en las tierras que le dieron asilo en el período más triste de su historia: México.

Volviendo al mundial de fútbol, ese evento que genera las mayores pasiones por este deporte, en el que mezclamos los sentidos de pertenencia, las tradiciones y los hechos históricos con los goles de nuestros futbolistas, podemos decir que para una parte importante de Polonía y, también de México, el próximo 22 de noviembre, al enfrentarse en el primer partido por el grupo C ambas selecciones, no será un partido más. Cuando los equipos salgan a la cancha y escuchen sus himnos, sus escudos y los colores de su bandera, sin dudas, el ruido de las bombas, los disparos de fusiles, el avance de los tanques, la entrada forzada a las casas por parte de los soldados, el frío extremo de Siberia, el viaje en barco más largo que una población hambrienta y enferma puede hacer, y la esperanza del sol y la prosperidad de la cálida tierra mexicana se aparecerá en los recuerdos de aquellos que tuvieron que atravesarla y quedaron en sus memorias como la historia de dos pueblos conectados por la salvación.

                        Tatuajes

                      Adónde voy a caer

                      Me pierdo o me salvo

                      Se acercan las cúpulas de palacios

                      del mundo que no sale de las tinieblas

                      Me deslumbra el tatuaje sobre la piel

                      cósmica de la ciudad de Tenochtitlán.

                                                                Krystyna Rodowsca, poeta polaca

Porque la historia es marcada en la piel, como un tatuaje que quedará en la memoria para toda la vida, esa historia de abuelas, padres, tíos o algún pariente que alguna vez contaron como la Polonia europea y el México de Centroamérica fueron por un instante una misma nación en tiempos de guerra.

 

*Estudiantes del MediaLab, primer Laboratorio de Redacción para Medios Digitales. Se trata de un sistema experimental que consiste en el trabajo periodístico, de producción propia, que desarrollan alumnos del Taller de Redacción para Medios Digitales, correspondiente a la Tecnicatura de Periodismo Digital que se dicta en la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Nacional de Mar del Plata.

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