La era de la incomunicación: el impacto de las redes sociales en adolescentes

Desde el Sistema de Medios Públicos de la UNMDP dialogamos con la licenciada en Psicología, Alejandra Linardi, quien analizó la actual vinculación entre las y los adolescentes y el uso de la tecnología. “El ser humano siempre buscó nuevas formas de comunicarse”, afirmó Linardi. “Pero, paradójicamente, estamos en la era de la incomunicación. Estamos cenando con alguien al lado y, en lugar de hablarle, nos mensajeamos con alguien en Australia.”
Según la psicóloga, nadie puede negar los beneficios que trajo el celular. Pero, como todo avance tecnológico, también conlleva riesgos, entre ellos la adicción. “Una parte importante de la población —niños, adolescentes, adultos— es adicta al celular“, advirtió. Y esa dependencia comienza temprano: “El primer acercamiento suele ser con videos como ‘La vaca Lola’. Pero ese celular es una puerta abierta a un mundo que, muchas veces, ni los adultos conocen“.
La falsa sensación de seguridad que brinda el entorno doméstico también queda en tela de juicio. Linardi recordó un caso reciente: un grupo de adolescentes organizaba una masacre por WhatsApp, desde la comodidad de sus casas. “Eso nos obliga a revisar qué entendemos por estar seguros. Un adolescente puede estar en su cuarto, con la puerta cerrada, y al mismo tiempo estar expuesto a contenidos y vínculos muy peligrosos.”
El rol de los adultos, especialmente de los padres, es fundamental. Pero muchas veces se ven desbordados por la velocidad del cambio tecnológico. “Los adultos se quedaron en Facebook, mientras sus hijos ya están en Instagram, TikTok o Discord. La brecha es generacional, pero también simbólica. Los padres quieren bajar valores, pero sus hijos tienen otros referentes: los influencers.”
Este nuevo ecosistema simbólico redefine los ideales de éxito y pertenencia. Linardi lo explicó con claridad: “Un influencer puede construir una narrativa seductora: ‘No trabajo formalmente y gano más que tus abuelos en toda su vida’. Ese mensaje desvaloriza el esfuerzo y desdibuja el sentido del trabajo. ¿Cómo compite un padre que se levanta a las 6 de la mañana contra un joven que, desde un Lamborghini, le dice a tu hijo que ‘ser pobre es culpa tuya’?”
También cuestionó el desprecio que algunos de estos referentes muestran hacia la educación formal. “He escuchado a chicos decir que prefieren aprender en redes porque el docente llega en un auto viejo. La idea de éxito se vincula con el dinero y no con el conocimiento.”
En este contexto, el adolescente aparece atrapado en una paradoja: está permanentemente conectado, pero cada vez más solo. “Hoy la comunicación es monosilábica: ‘ok’, ‘sí’, ‘dale’. Las conversaciones se reducen a emoticones y respuestas rápidas. Eso tiene consecuencias en el desarrollo emocional y cognitivo.”
Para Linardi, el desafío es generar diálogo desde otro lugar. “El adolescente no quiere ser juzgado, quiere ser entendido. Hay que bajar a su nivel, contarles cómo fue nuestra adolescencia, humanizarnos. No sermonear desde un pedestal.”
En su análisis, recordó el caso planteado en la serie “Adolescencia” que relata el hecho violento que cometió un adolescente, pese a haber crecido en un entorno aparentemente contenido. “Los padres estaban desconcertados. Le dieron todo, lo veían encerrado en su cuarto, y no entendían cómo llegó a cometer una atrocidad. ¿Cómo puede alguien estar tan cerca y, a la vez, tan lejos?”
La irrupción de la inteligencia artificial y los contenidos manipulados complejizan aún más el panorama. “Cada vez es más difícil distinguir qué es real y qué no. Hasta los adultos se confunden con videos manipulados. Un niño de 12 años puede creer que una vaca vuela, porque no tiene herramientas para cuestionarlo.”
La desinformación, la sobreexposición, los algoritmos que moldean la percepción del mundo: todo confluye en la pantalla, y el efecto es concreto. “Cada uno está mirando algo distinto, en su propio dispositivo. Ya no hay un lenguaje común, ni siquiera una serie compartida para conversar. Nos alejamos como familia, como comunidad.”
Pese a todo, Linardi sostuvo una mirada esperanzada. “Hay que dejar de juzgar a los adolescentes y empezar a acompañarlos. Meterse en su mundo, entender qué miran, por qué, qué les genera. Y, sobre todo, dar el ejemplo. No podemos decirles que dejen el celular mientras nosotros estamos pegados al nuestro.”
Una pregunta que, lejos de clausurar la conversación, invita a abrirla. En casa, en las escuelas, en los medios. Porque si algo nos está diciendo la adolescencia actual, es que el mundo adulto necesita escucharlos mejor.