Un país prescindente de cerebros

Por Federico Ignacio Isla

Argentina se ha caracterizado por expulsar escritores, artistas y particularmente científicos.
Los científicos del Virreinato fueron los jesuitas. Su importancia causó el celo de Carlos III, rey de España, que dispuso que en 1767  fueran apresados y expulsados de América.

La ciencia argentina dependió de ciclos en que estadistas procuraron desarrollar el progreso del país, y etapas en que gobiernos de facto o de corte netamente economicista dilapidaron los recursos humanos y materiales que se estaban generando. Esta alternancia entre evolución e involución ha ocurrido repetidas veces. Hubo generaciones que lograron aprovechar los ciclos positivos, y otras que fueron malogradas en etapas conocidas como “fuga de cerebros”.

González de Rivadavia procuró desarrollar la ciudad de Buenos Aires con la concreción de la Universidad de Buenos Aires en 1820 y el Museo público en 1823.

Sarmiento, imbuido de los progresos de EEUU, dispuso la inmigración de sabios alemanes y de otras nacionalidades. Germán Burmeister se había hecho cargo del Museo Argentino de Ciencias Naturales que terminó confrontando con el Museo de La Plata a cargo de Francisco Moreno. Dos corrientes científicas convivieron incómodas.

Perón terminó enfrentado con los universitarios (alpargatas si, libros no) que simpatizaron con la llamada Revolución Libertadora.

El gobierno de Illia fomentó decididamente la ciencia, pero Onganía lo derrocó y ordenó la represión de los universitarios en lo que se llamó la noche de los bastones largos.

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Alfonsín promovió la repatriación de científicos desde el exterior con el proyecto Raíces que duró varios años. Posteriormente se propuso un plan de aumento de las dedicaciones exclusivas en las UUNN a partir de científicos del CONICET (régimen SAPIU); esos contratos fueron anulados en época de Menem.

En los últimos años un peronismo diferente fomentó el desarrollo científico. La creación de universidades en el interior coincidió con prioridades descentralizadas en temas de investigación. Hubo planes de crear sistemas científicos en algunas provincias. En realidad esto ya había ocurrido desde los orígenes del CONICET: la Comisión de Investigaciones Científicas (CIC) de Buenos Aires desde 1957 tuvo sus propios planes con científicos y becarios propios.

Lamentablemente, algunos de estos planes quedaron truncos.  Hoy la crisis es generalizada con compromisos que no se cumplieron. Pero lo peor es la incertidumbre para con los jóvenes que confiaban que el sistema científico iba a continuar mejorando. Nunca se contempló una nueva vuelta atrás, que no parece poder remediarse simplemente con un nuevo ciclo positivo.

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