Torreón del Monje, el emblema arquitectónico de Mar del Plata que no pierde vigencia

 

De una leyenda de romance interrumpido entre pueblos indígenas de la zona hasta ser sede del Pigeon Club local, un deporte muy aristocrático de la época, el Torreón del Monje continúa siendo un ícono de Mar del Plata, incluso uno de los pocos que aún mantienen viva su historia. Con el correr de los años, este edificio fue testigo de una gran cantidad de transformaciones que tuvieron lugar en la costa de la ciudad pero su identidad paisajista en las costas del océano se mantiene intacta.

Portal Universidad dialogó con Víctor Pegoraro, Doctor en Historia y Docente de la Facultad de Humanidades en la Universidad Nacional de Mar del Plata, quien reveló algunos detalles de la historia y de la arquitectura de este emblema local.

A principios del siglo XX, específicamente hacia 1905, el Torreón del Monje comenzó como un proyecto privado de Ernesto Tornquist, un empresario muy importante de la época perteneciente a la élite europea. A nivel nacional, “también construyó otras casas en Buenos Aires, sobre todo en el barrio Belgrano y en Sierra de la Ventana”, afirmó el especialista.

En ese entonces, Tornquist encargó la construcción de una torre al arquitecto alemán Karl Nordmann, que años más tarde fue donada a la ciudad. “En un momento también le perteneció a la Marina y después volvió a estar en manos de la Municipalidad, quien es la actual propietaria. Sin embargo, desde hace varias décadas, la concesión le corresponde a la familia Parato”, aseguró.

Con respecto a la arquitectura de este importante referente edilicio, Pegoraro explicó que “tiene que ver con los gustos de la época y de Tornquist, que quiso replicar junto con Nordmann cierto gusto europeo que la clase alta argentina tenía en ese momento. También construyó una casa muy parecida en Buenos Aires, es un castillo medieval que no tiene que ver con la geografía o con la misma historia de Mar del Plata”.

En sus inicios era un edificio más chico, conocido bajo el nombre de Torre Pueyrredon, pero con el correr del tiempo pasó a llamarse Torre Belvedere, hasta adquirir su actual reconocimiento como Torreón del Monje. No es hasta principios de la década de 1990 cuando se lo declaró como de interés patrimonial para la ciudad, “pero siempre fue un ícono sobre el mar, recostado en una de las postales que tiene Mar del Plata. Esto tiene que ver con su arquitectura, es un castillo al lado del mar, siempre fue único”, planteó.

Es un castillo al lado del mar, siempre fue único.

Ese primer edificio se trataba de “una torre para avistar el mar donde vivían unos caseros. Sin embargo, hacia fines de la década de 1920, se hace una reforma muy importante: la construcción de una explanada que da hacia el mar. Luego de que funcionase el Pigeon Club local, actualmente es donde se ubica la confitería”, confirmó.

Ahí se plantea hacer la sede del club Pigeon, que se destina para el tiro a la paloma, un deporte aristocrático en boga en la época. “Los señores de las clases altas se divertían matando palomas con escopetas, esto era una práctica muy común de Europa que se desarrollaba aquí a eso de las 16 o 17hs, mientras las señoras tomaban el té adentro del salón”, expresó el historiador.

Con el paso de los años, la Sociedad Protectora de Animales realizó las quejas correspondientes y “el tiro a la paloma pasó a ser tiro al disco, donde se tiraban discos al aire y se seguía practicando este deporte. Luego fue cayendo en desuso porque ya en las décadas del SXX no se permitía”, dijo.

Ya como Torreón del Monje, en los años ´40 pasó a ser la sede del Círculo de Oficiales de la Marina hasta finales de la década de 1960. Desde entonces, permaneció cerrado por más de 10 años sufriendo un deterioro en su estructura de tal magnitud que se debía demoler gran parte de la construcción.

 

Después del abandono, el resurgimiento

A partir de la década de 1970, Domingo Parato, un empresario importante de la época, comenzó a trabajar en la puesta en valor de la unidad, convirtiendo al Torreón del Monje en una de las postales indiscutidas de Mar del Plata. “Quien además fue constructor de edificios y chalets hizo resurgir al Torreón como lugar de encuentro y como un ícono arquitectónico. Es por esto que mantiene la estructura hasta el día de hoy, que es explotada turísticamente con emprendimientos gastronómicos, ferias artesanales, espectáculos musicales y demás actividades”, refirió Pegoraro.

Fue a través de aquellas obras realizadas como se salvó gran parte del proyecto inicial, por ejemplo la denominada pedana, cuyas bases y estructuras fueron reafirmadas, permitiendo la creación de tres sub niveles de salones para eventos y muestras culturales con vista panorámica al mar.

Por su dedicación y compromiso con el Torreón, Parato fue nombrado Miembro Honorario del Centro Internacional de Conservación Patrimonial y reconocido por el Municipio de General Pueyrredón con el Mérito Ciudadano. También el Torreón del Monje fue declarado de Interés Turístico Nacional, Provincial y Municipal y Bien de Interés Patrimonial determinando su conservación y protección.

Este emblema arquitectónico de la ciudad “es uno de los pocos que quedan”, aseguró el historiador. A lo que agregó que “Tornquist había plantado árboles en la Plaza Colón y tenía un chalet muy importante que fue demolido con la fiebre de la propiedad horizontal, ubicado en Boulevard Marítimo y Arenales. Una de las pocas estructuras que todavía están es el Torreón”.

 

La leyenda, una historia de romance interrumpido

En la época en la que Tornquist inició el proyecto, “un poeta chileno se encargó de la creación de la leyenda, una historia que se da supuestamente en el SXVII con una comunidad indígena que habitaba la zona. Sin embargo, fue un invento para dotar a este edificio de un aura mística“, reveló Pegoraro.

Dichos de época indican que la leyenda fue encontrada en un cofre por un picapedrero italiano entre las rocas cercanas al Torreón. Un plano, el manuscrito y cincuenta monedas antiguas: un tesoro absoluto.

Cuentan que hacia fines del siglo XVII existía una fortaleza que había sido construida sobre Punta Piedras por el Padre Ernesto Tornero, perteneciente a la Orden de los Calvos. En esa torre vivió el soldado Alvar Rodríguez, quien protegía la fortaleza y mantenía relaciones amistosas con los indígenas que provenían de la vecina Reducción del Lago (Laguna de los Padres). Así conoció a Mariña, una hermosa india con quien comenzó un apasionado romance, el cual causaría el enojo del cacique Rucamará, quien también pretendía a la muchacha.

Rucamará decidió asaltar la torre con el objetivo de apoderarse de la hermosa mujer a la fuerza. Su ataque tuvo éxito y se atrincheró en el Torreón, pero el soldado logró escapar y prometió volver a rescatar a Mariña y recuperar la fortaleza.

Tras varios asaltos fallidos con sus fuerzas aliadas, Alvar Rodríguez recurrió a otra joven india llamada Nalcú, que había sido desplazada por el Cacique y que estaba dispuesta a traicionarlo. Nalcú visitó al cacique y con una poción lo adormeció, a él y a Mariña. Luego, pactó con los españoles para que atacasen a la fortaleza.

En medio del ataque, Rucamará reaccionó y tomó a Mariña sobre su corcel emprendiendo la huida. Rodríguez inició su persecución y, al verse acorralado el cacique montando a caballo, se arrojó al mar con su amada desde lo alto de la barranca. El soldado recuperó el fuerte al precio de perder a su amor y así vivió encerrado en la Torre por el resto de sus días convertido en Monje.

Se cuenta que en noches de luna llena se oye el galopar de un caballo y, en lo alto de la torre, se ve la figura de una hermosa mujer morena vestida de blanco.

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