Ante la escasez de semillas surge la necesidad de pensar nuevas formas de producción

Foto: Cosechadora trabajando en un campo de trigo. Fuente: Télam.

Los productores del cordón frutihortícola denunciaron la compleja situación en la que se encuentran a la hora de conseguir semillas. Esta dificultad para la compra es uno de los principales problemas de la producción, ya que los volúmenes más relevantes son importados y, al no liberarse dólares para su compra, las empresas semilleras nacionales deben recurrir a la venta del stock del año pasado.

El escenario de escasez, donde se requiere invertir en dólares para adquirir semillas, genera una discusión en torno a la soberanía alimentaria y a la necesidad de buscar alternativas que les permitan a los productores revertir la problemática. 

Para conocer más detalles sobre la dificultad del sector y la búsqueda de soluciones, desde Portal Universidad dialogamos con Tamara Perelmuter, doctora en Ciencias Sociales, investigadora del Centro de Investigación y Desarrollo Tecnológico para la Agricultura Familiar (CIPAF) y coordinadora del grupo de estudios de Ecología Política desde América Latina en la UBA, quien explicó la posibilidad de afrontar esta situación a través del conocimiento y uso de las llamadas semillas criollas o nativas.

La importancia de contar con una producción fuerte desde el cultivo es clave para que una agroeconomía goce de bienestar. Al respecto, Perelmuter reconoció la trascendencia de las semillas, primer eslabón en la mayoría de las cadenas alimentarias: “Ellas son una fuente de poder muy importante porque quien las maneja, controla la cadena y por lo tanto también los alimentos. Es muy importante discutir qué pasa con ellas en nuestro país, ya que tener el derecho a las semillas y autonomía sobre ellas es también discutir la soberanía alimentaria”, manifestó.

Las semillas criollas o nativas, una opción viable

Con respecto a los diferentes tipos de semillas, la doctora en Ciencias Sociales afirmó que en Argentina existen dos grandes grupos. Al respecto, puntualizó: “Un primer grupo son las que se conocen como semillas comerciales o mejoradas, donde se encuentran las híbridas y las transgénicas, cuyo proceso de mejoramiento está a cargo de empresas privadas. El rol que tienen las empresas transnacionales aquí es muy importante, ya que en el caso de las transgénicas, si bien hay pocos cultivos, en términos de expansión ocupan cerca del 70% de la superficie cultivada en nuestro país – sobre todo soja, pero también maíz, trigo y algodón”.

Sobre las semillas híbridas, Perelmuter afirmó que los productores hortícolas que trabajan con ellas tienen una dificultad, ya que todo el paquete tecnológico – los agroquímicos, fertilizantes y sobre todo las semillas – suele estar dolarizado. Además, la semilla híbrida, por la forma en que ha sido mejorada, rompe la identidad semilla-grano, por lo que no sirve para su acopio y reproducción. “Pierde productividad, lo que hace que, además de que sea caro, se genere una situación de mucha dependencia por parte de los productores con respecto a las empresas, ya que deben comprarlas campaña tras campaña”, puntualizó. 

Foto: Semillas de Trigo. Fuente: Freepik.

Es el segundo grupo de semillas, conocidas como criollas o nativas, el que surge como posible alternativa ante la situación de escasez. Al respecto, indicó: “Ellas se utilizan mucho en la producción hortícola, donde se lleva a cabo un uso propio – se guardan, se reproducen y se mejoran en los territorios. Son parte del sistema informal de semillas, ya que no tienen un reconocimiento del Estado, y se han perdido mucho en este último tiempo por el avance de la revolución verde y los transgénicos. Ahora hay algunos procesos de recuperación de esas semillas que las generaciones de nuestros abuelos y abuelas cultivaban y mejoraban en sus territorios, y que hoy han desaparecido”. 

Si bien se trata de semillas que no son importadas, aún es necesario darles mayor visibilización. En este sentido, Perelmuter afirmó: “se debe llevar adelante un trabajo de puesta en valor, pero no económico sino cultural, social y alimentario; que estas semillas tengan espacio para su multiplicación, reproducción y venta”

Actualmente, la Resolución 317/2022 autoriza el comercio y la entrega de las semillas criollas, producción que antes no estaba permitida según lo estipulaba la Ley de semillas y creaciones fitogenéticas de 1973. Al respecto, la entrevistada aclaró: “Recientemente se logró esta resolución que permite su venta. Lo que ahora se está tratando es darles mayor visibilidad, y a partir de esta normativa lograr que puedan venderse”.

Además de la reciente reglamentación, Perelmuter habló del desarrollo actual del Centro de Producción de Semillas Nativas (CEPROSENA): “Va a ser un proceso lento, pero la idea es que en todas las gestiones haya al menos un centro de producción de semillas nativas y criollas que dependa del Estado, pero que esté organizado y gestionado por las organizaciones de productores y productoras”, manifestó.

El vertiginoso avance de los transgénicos

En cuanto al crecimiento de los cultivos transgénicos, afirmó: “Lo que se está buscando con estas semillas, que son parte de un modelo de agronegocios más amplio que tiene a la semilla transgénica y al paquete tecnológico como principales ‘caballos de batalla’, es cercar otras formas de producción”. Y agregó que: “Se prioriza este tipo de semillas ya que tienen una lógica más asociada a la productividad y a producir mercancías, antes que a aquellas que permitan la autonomía. Así, quienes producen soja en Argentina no están pensando en la soberanía alimentaria, están pensando en la exportación y en la entrada de divisas”.

Foto: Granos de soja. Fuente: Freepik

También se remarcó la necesidad de pensar una agroecología más autónoma: “En los últimos años han habido esfuerzos muy grandes para disputar este modelo de producción. No podemos pensar en agroecología con estas semillas que están en dólares o atadas al paquete, e incluso aunque no lo estén siguen siendo muy caras de adquirir en las semilleras o en las cooperativas de los pueblos. Necesitamos pensar políticas públicas pero también la articulación con los territorios, que permitan rediscutir la vinculación con las semillas, afirmó.

“Claramente hay que discutir cómo hacemos para que en este proceso los productores puedan acceder de otra manera a las semillas, así como a otras de otro tipo, que les brinden autonomía y que además sean sanas, fuera del paquete tecnológico. Todas las semillas criollas, que sirven para agroecología, no están atravesadas por la contaminación en las que se encuentran las otras. Si queremos discutir la soberanía alimentaria tenemos que discutir la soberanía sobre las semillas y la autonomía de los productores respecto de las empresas, ya que no puede ser que ellos dependan todos los años de renovar el paquete tecnológico, existiendo empresas que deciden qué se siembra y qué no, concluyó.

 

También puede gustarle...

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *