Estar y no estar
* Por Carolina Ramírez para el #MediaLab de Portal Universidad
Siete de la mañana en punto, aparece por el camino de lajas que une su lugar en el mundo con el resto de la casa. Tiene 20 años pero no puede con la tentación de saltar por el camino tratando de no pisar las franjas de cemento. Luego hará lo mismo con las baldosas del patio, mientras ríe a carcajadas pensando en quién sabe qué cosa que maquina para ese día.
Casi siempre viste de azul, jeans, remera, buzo y zapatillas, excepto cuando usa traje que lo hace en la gama del marrón, con piloto incluido porque le gusta parecer un detective o un agente especial. Infaltables los zapatos retro con suela que hace ruido en el piso y las patillas al mejor estilo de los próceres de siglo XIX. Probablemente esté saltando en bermudas y musculosa en el patio los días más fríos de invierno, y bien abrigado en los de verano. Todavía no logra distinguir las temperaturas hasta que se le pone la piel de gallina por el frío o se le dificulta respirar por el calor.
Hace un par de semanas que entró a la casa diciéndole a la madre que consiguió “su primera chamba”. Decidió suspender por ahora el ingreso a ingeniería para ir de ayudante de albañil. Y si hay algo que su progenitora tiene
bien aprendido es que a Jeremías no se lo convence fácilmente, así que no hubo más que hacer que aceptar esa decisión.
Él fue diferente desde el día en que nació. El más callado, el más quieto, el que parecía estar y no estar al mismo tiempo. No le llamaban la atención ni la colección de autitos ni ningún otro juguete que pudiera encontrar en esa habitación enorme donde se divertían sus hermanos. Siempre parecía estar pensando.
Un día, cuando tenía un año y medio, vio una cama vacía, agarró su mantita y se fue de la cuna sin mediar palabra. Lo mismo que hizo a los 19 cuando uno de sus hermanos mayores decidió volar del nido. Antes que cualquier otro llegara a tomar aire ya había hecho la mudanza. Y nada en esta historia sería de importancia si no fuera que para los seis años seguía siendo un nene callado, quieto, que parecía estar y no estar al mismo tiempo.
Y fue en esa etapa de la vida que lo llevaron a verse con un desconocido, y le dieron una orden que contradecía a las que había escuchado desde que nació. Debía tirarse a jugar con ese hombre y hablarle de lo que le quisiera preguntar. Así estuvo por una hora, con juguetes que poco le importaban pero con juegos que le llamaron la atención.
-Señora, no se preocupe – comentó el Dr. Laureano Marcón dirigiéndose a esa madre entre angustiada y vencida – . Su hijo tiene Síndrome de Asperger, no necesita medicación, solo terapia.
Esa tarde soleada de septiembre de 2009 comenzó la odisea de Jeremías, aunque no estaría solo, pronto se incorporaría Benjamín, su hermano levemente mayor. Por años compartieron psicóloga, terapista y el neurólogo.
-Nosotros tenemos: daño cerebral, daño cerebral, permanente – Osaron cantarle a dúo en una de las últimas visitas al médico.
Era imposible que a ese hombre investido de seriedad no se le escapara una sonrisa. Jeremías por fin podía abrir el envoltorio de un caramelo, casi mirar a los ojos cuando hablaba y hasta explicarle a la psicóloga que no necesitaba seguirla viendo, que ya había entendido algo que lo iba a acompañar toda su vida: equivocarse, no poder lograr algo, frustrarse, aun así intentarlo y por fin poderlo lograr. Una secuencia obvia para la mayoría de las personas, pero que a él lo había sumido en una existencia de estar pero al mismo tiempo no estar durante más de seis años.
Tampoco es que el camino le fuera de color de rosa. No pudo cursar sus estudios en la escuela técnica porque en ese tiempo a los chicos como él no se los entendía y eran el blanco de burlas de sus pares. Sin embargo encontró un
refugio en la secundaria N°79, escondida en un rincón del Barrio Santa Rita pero llena de docentes dispuestos a hacer algo más que enseñar: mostrar la verdadera connotación de la inclusión.
Si hay una palabra que lo define es perseverancia. Se pueden contar con los dedos las veces que faltó a clases. Después de que entendió que los autos pueden matar (y después de que entendió lo que era morir), comenzó a ir solo a la secundaria, luego al curso de electricidad y más tarde al de electrónica. Por más grande que sea la tormenta él llega siempre puntual. Porque si de obsesiones se trata el reloj es uno de ellos, al punto que durante años no le permitieron tener uno para que pudiera relajarse.
Le gusta la política de todas partes del mundo, se informa con la red social X, no usa ni Facebook ni Instagram, mucho menos Tiktok, porque las considera una pérdida de tiempo. Si de jugar se trata prefiere la Wii con un televisor de tubo que arregló él mismo (arregla cuanta cosa electrónica llegue a sus manos). La onda retro le llama la atención y sueña con conseguir una máquina de arcade para su cuarto.
Hoy Jeremías, con sus flamantes 20 años, está estudiando para ingresar a la Facultad de Ingeniería, aunque es verdad, hizo un parate de unos meses para saber lo que es “tener chamba”. Es electricista y aprendiz de electrónica. Sus dedos se siguen chocando de vez en cuando, también sus pies cuando salta tratando de no pisar la franja de cemento. Pero ahora sabe que puede intentar lo que se proponga una y otra vez hasta que lo logre. Ya no está quieto, ya no está callado, ya dejó de no estar
*Estudiantes del MediaLab, primer Laboratorio de Redacción para Medios Digitales. Se trata de un sistema experimental que consiste en el trabajo periodístico, de producción propia, que desarrollan alumnos del Taller de Redacción para Medios Digitales, correspondiente a la Tecnicatura de Periodismo Digital que se dicta en la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Nacional de Mar del Plata.
Excelente!!!